CUANDO HAY HURACANES POLITICOS EN LA DEMOCRACIA CRISTIANA O LA CONCERTACION ES BUENO LEER ALGO DE NUESTROS GRANDES LIDERES:
León Trosky era el seguro heredero de Lenin, en 1924. Mucho más inteligente que Stalin, sin embargo, no poseía el aparato del Partido y terminó siendo el profeta desarmado y, finalmente, el caudillo desterrado. En la historia de Chile se han dado muchos casos de profetas que nunca llegan a la presidencia.
Por ejemplo, no cabe duda que Antonio Varas era más liberal que Manuel Montt y más astuto que José Joaquín Pérez, pero la tribu de Judá, la aristocracia chilena, le puso la proa por ser pobrete. José Francisco Vergara, masón, radical y bombero, fue el brillante ministro que llevó al triunfo al ejército chileno, en Chorillos y Miraflores; en 1986 se peleó con el autoritario Domingo Santa María, obligándolo a ser candidato de la oposición contra José Manuel Balmaceda. En 1910, el millonario y liberal Agustín Edwards M. C. estaba seguro de ser elegido candidato presidencial, sin embargo, el cómico octogenario, rey holgazán, Ramón Barros Luco, le arrebató la candidatura con toda facilidad. En 1927, ante el miedo frente a la posible dictadura del “caballo” Ibáñez, todos los partidos oligárquicos se unieron: de nuevo el nombre de Agustín Edwards aparecía como una posibilidad cierta de encabezar esta santa alianza, pero, en última instancia, los jerarcas se decidieron por el inadecuado dandy remolón , Emiliano Figueroa.
Radomiro Tomic era, en la Falange, un profeta indiscutido: recuerdo, cuando pequeño, estaba obligado a asistir, con mi padre, a las proclamaciones de este magro grupo de idealistas. Siempre hablaban los mismos fundadores: Ignacio Palma, Rafael Agustín Gumucio, Bernardo Leighton, Eduardo Frei y terminaba Radomiro Tomic. No faltaba la genial frase del evangelio que, con altos y bajos de la voz, provocaba en los falangistas una sensación similar al orgasmo ininterrumpido.
Radomiro Tomic era lo contrario a un político pragmático: siempre soñaba con mundos imposibles. En el congreso de los peluqueros derrotó a Frei Montalva apoyando al médico de la vela, el iluminado Eduardo Cruz-Coke, cuando los fundadores estaban entusiasmados con el izquierdista Gabriel González Videla. Como los profetas nunca llegan al poder, don Radomiro tuvo que dejarle el paso a Eduardo Frei Montalva, con el mismo mal ojo de un seguro senador, por la décima Región, “de cuyo nombre no quiero acordarme”.
Tomic eligió la travesía del desierto, en la embajada chilena de Estados Unidos. Durante esta estadía lo pasó pésimo cuando tuvo que apoyar la leonina chilenización del cobre, que fue muy buen negocio para empresa norteamericana, Anaconda. Don Radomiro llegó tarde a Chile: la juventud demócrata cristiana y algunos fundadores estaban convencidos de que su partido era incapaz de realizar la revolución chilena. A Tomic sólo le quedaban los llamados “terceristas”: el gordito e inteligente Bosco Parra y el diputado Luis Maira. Nuestro profeta Tomic decía frases geniales, como cuando “se pacta con la derecha, es la derecha la que gana”, o “sin candidatura Tomic, no hay Unidad Popular”. Para su desgracia, los socialistas y comunistas estaban convencidos de poder tocar el cielo con las manos sin necesidad de ir a misa con nuestro profeta. Nadie entiende, hasta ahora, por qué don Radomiro aceptó ser el candidato del camino propio del partido Demócrata Cristiano, por suerte, para la izquierda, porque la división de la derecha posibilitó el triunfo de Allende. Sus amigos de la Izquierda Cristiana lo abandonaron en 1971, convirtiéndose en uno de los partidos más radicales de la UP; pero los profetas son porfiados y Tomic murió creyendo que la Democracia Cristiana podría ser una fuerza progresista.
Por ejemplo, no cabe duda que Antonio Varas era más liberal que Manuel Montt y más astuto que José Joaquín Pérez, pero la tribu de Judá, la aristocracia chilena, le puso la proa por ser pobrete. José Francisco Vergara, masón, radical y bombero, fue el brillante ministro que llevó al triunfo al ejército chileno, en Chorillos y Miraflores; en 1986 se peleó con el autoritario Domingo Santa María, obligándolo a ser candidato de la oposición contra José Manuel Balmaceda. En 1910, el millonario y liberal Agustín Edwards M. C. estaba seguro de ser elegido candidato presidencial, sin embargo, el cómico octogenario, rey holgazán, Ramón Barros Luco, le arrebató la candidatura con toda facilidad. En 1927, ante el miedo frente a la posible dictadura del “caballo” Ibáñez, todos los partidos oligárquicos se unieron: de nuevo el nombre de Agustín Edwards aparecía como una posibilidad cierta de encabezar esta santa alianza, pero, en última instancia, los jerarcas se decidieron por el inadecuado dandy remolón , Emiliano Figueroa.
Radomiro Tomic era, en la Falange, un profeta indiscutido: recuerdo, cuando pequeño, estaba obligado a asistir, con mi padre, a las proclamaciones de este magro grupo de idealistas. Siempre hablaban los mismos fundadores: Ignacio Palma, Rafael Agustín Gumucio, Bernardo Leighton, Eduardo Frei y terminaba Radomiro Tomic. No faltaba la genial frase del evangelio que, con altos y bajos de la voz, provocaba en los falangistas una sensación similar al orgasmo ininterrumpido.
Radomiro Tomic era lo contrario a un político pragmático: siempre soñaba con mundos imposibles. En el congreso de los peluqueros derrotó a Frei Montalva apoyando al médico de la vela, el iluminado Eduardo Cruz-Coke, cuando los fundadores estaban entusiasmados con el izquierdista Gabriel González Videla. Como los profetas nunca llegan al poder, don Radomiro tuvo que dejarle el paso a Eduardo Frei Montalva, con el mismo mal ojo de un seguro senador, por la décima Región, “de cuyo nombre no quiero acordarme”.
Tomic eligió la travesía del desierto, en la embajada chilena de Estados Unidos. Durante esta estadía lo pasó pésimo cuando tuvo que apoyar la leonina chilenización del cobre, que fue muy buen negocio para empresa norteamericana, Anaconda. Don Radomiro llegó tarde a Chile: la juventud demócrata cristiana y algunos fundadores estaban convencidos de que su partido era incapaz de realizar la revolución chilena. A Tomic sólo le quedaban los llamados “terceristas”: el gordito e inteligente Bosco Parra y el diputado Luis Maira. Nuestro profeta Tomic decía frases geniales, como cuando “se pacta con la derecha, es la derecha la que gana”, o “sin candidatura Tomic, no hay Unidad Popular”. Para su desgracia, los socialistas y comunistas estaban convencidos de poder tocar el cielo con las manos sin necesidad de ir a misa con nuestro profeta. Nadie entiende, hasta ahora, por qué don Radomiro aceptó ser el candidato del camino propio del partido Demócrata Cristiano, por suerte, para la izquierda, porque la división de la derecha posibilitó el triunfo de Allende. Sus amigos de la Izquierda Cristiana lo abandonaron en 1971, convirtiéndose en uno de los partidos más radicales de la UP; pero los profetas son porfiados y Tomic murió creyendo que la Democracia Cristiana podría ser una fuerza progresista.